Cuenta la historia que nuestro símbolo nacional fue creado hace 196 años por Manuel Belgrano, tomando los colores de la escarapela que ya estaba en uso.
Desde entonces esta imagen, estos colores forman parte de nuestra identidad, acompañando cada momento de la historia argentina. Un símbolo que ha sido asociado con distintos significantes de acuerdo al momento, al contexto y al grupo que lo enarboló. Presidió ejércitos y seleccionados nacionales, participó de desfiles militares y de actos patrios, pero también fue alzada en nombre de reclamos y justicias postergadas, la juran los estudiantes y la silvan los adversarios deportivos, se la ofrendó con un monumento, nos avergonzó a veces, nos conmueve invariablemente...
Siempre me atrajo la imagen de la bandera flameando al viento (recuerdo un viejo amigo, con cierta resistencia a los símbolos patrios heredada del uso que de ellos hicieron los gobiernos militares, que me reprochaba sutilmente esta tendencia...), me enternece ver a los chicos que pasaban con vergüenza a izarla en la escuela, sacudir los colores patrios con pasión en un partido de futbol o una manifestación callejera. Están quienes ven en esto una ofensa o un exabrupto, y quienes lo analizan como una forma válida de demostrar identidad y representatividad, una nueva forma de renovar los acuerdos y las convenciones que le dan significado.
En estos días de desacuerdos y enfrentamientos, es bueno rescatar los símbolos que significan, por encima de cualquier distinción o diferencia particular o de grupo, los valores que nos caracterizan como una Nación unida y deseosa de seguir progresando.
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