Desde el principio de la historia, las tecnologías han determinado la relación de los hombres con los otros hombres y con el mundo material que los rodea. En este sentido, cada nueva tecnología ha modificado y modifica al propio hombre y a la sociedad en su conjunto
Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (NTIC) han generado grandes cambios en nuestra forma de percibir el mundo, fenómeno que Manuel Castells pone en términos de revolución: “un evento histórico tan importante, (que induce) un patrón de discontinuidad en la base material de la economía, la sociedad, y la cultura”
aunque podríamos agregar que estos cambios también traen aparejados aspectos negativos. La velocidad de la información es hoy más rápida que el pensamiento humano, llevando a la saturación y convirtiendo a los datos en rápidamente descartables. La información vertiginosa y fragmentada lleva a que el conocimiento se vuelva acotado, restringido, circunscrito a una parte minúscula de todos los hechos que nos invaden (tan contrario a los ideales de “saber” del Renacimiento). La globalización hace más evidente la exclusión, y, en cierto sentido, el acceso a ese “mundo sin fronteras” nos hace perder de vista nuestro contexto inmediato.
La sociedad de la información es ofrecida como un camino hacia la desconcentración del poder tanto económico como político, y una oportunidad para “alcanzar los niveles más altos del desarrollo”. Sin embargo no podemos dejar de recordar que las NTIyC son generadas por países altamente industrializados y se desarrollan a partir de necesidades de mercado. Son las fuerzas dominantes de la sociedad las que determinan qué tecnología se desarrolla y como se aplica. Están integradas por estructuras de poder.
Hoy podemos comprobar que la mercantilización de la red, y la creciente brecha digital (que no es más que la consecuencia de la brecha económica y social que separa a los habitantes del mundo, como señala Levis) han dado por tierra los efectos democratizadores y de desarrollo social que anunciaban los impulsores de la sociedad de la información.
Sin embargo no podemos dejar de reconocer que también ha contribuido a crear otro tipo de vínculos, por ejemplo para personas discapacitadas o para organismos no gubernamentales (ONG), ha extendido las posibilidades solidarias (ej. Red Solidaria) y hay sectores que se esfuerzan por darle un uso menos comercial a la red, como los hackers y su planteo de software libre.
Coincidiendo con Diego Levis, podríamos decir que antes que una cuestión de medios, el nuevo escenario comunicativo debería ser una cuestión de fines: para qué vamos a usar las tecnologías, en función de qué objetivos y, sobre todo, en qué contexto.
Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (NTIC) han generado grandes cambios en nuestra forma de percibir el mundo, fenómeno que Manuel Castells pone en términos de revolución: “un evento histórico tan importante, (que induce) un patrón de discontinuidad en la base material de la economía, la sociedad, y la cultura”
aunque podríamos agregar que estos cambios también traen aparejados aspectos negativos. La velocidad de la información es hoy más rápida que el pensamiento humano, llevando a la saturación y convirtiendo a los datos en rápidamente descartables. La información vertiginosa y fragmentada lleva a que el conocimiento se vuelva acotado, restringido, circunscrito a una parte minúscula de todos los hechos que nos invaden (tan contrario a los ideales de “saber” del Renacimiento). La globalización hace más evidente la exclusión, y, en cierto sentido, el acceso a ese “mundo sin fronteras” nos hace perder de vista nuestro contexto inmediato.
La sociedad de la información es ofrecida como un camino hacia la desconcentración del poder tanto económico como político, y una oportunidad para “alcanzar los niveles más altos del desarrollo”. Sin embargo no podemos dejar de recordar que las NTIyC son generadas por países altamente industrializados y se desarrollan a partir de necesidades de mercado. Son las fuerzas dominantes de la sociedad las que determinan qué tecnología se desarrolla y como se aplica. Están integradas por estructuras de poder.
Hoy podemos comprobar que la mercantilización de la red, y la creciente brecha digital (que no es más que la consecuencia de la brecha económica y social que separa a los habitantes del mundo, como señala Levis) han dado por tierra los efectos democratizadores y de desarrollo social que anunciaban los impulsores de la sociedad de la información.
Sin embargo no podemos dejar de reconocer que también ha contribuido a crear otro tipo de vínculos, por ejemplo para personas discapacitadas o para organismos no gubernamentales (ONG), ha extendido las posibilidades solidarias (ej. Red Solidaria) y hay sectores que se esfuerzan por darle un uso menos comercial a la red, como los hackers y su planteo de software libre.
Coincidiendo con Diego Levis, podríamos decir que antes que una cuestión de medios, el nuevo escenario comunicativo debería ser una cuestión de fines: para qué vamos a usar las tecnologías, en función de qué objetivos y, sobre todo, en qué contexto.
Sin lugar a dudas, en el rediseño de las tecnologías a partir de los requerimientos de la propia cultura, la educación, y en especial la escuela, tiene un papel fundamental. Es allí donde debe plantearse un uso creativamente pedagógico de los medios, que supere el modelo lineal y unidireccional planteado en la sociedad industrial y que persiste en nuestros días. De lo contrario la introducción de las TIC en la escuela sólo sería una manera de esconder los problemas educativos y sociales detrás de una efímera modernización tecnológica
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